domingo, 29 de agosto de 2010

En la irisada piel del mar


te voy encontrando, con tus brazos abiertos y cerrados en un aleteo silencioso,
por los hilos de luz que te cuelgan de tus ojos como velas rosadas,
por ese incienso de madera de cuerpo desnudo, figura de aire y roca,
a un lado de la luna que viaja, a morir en tus entrañas de agua azul-violeta.
Te espero en los sauces y orquídeas, sublimado de neblinas claras, profusas,
espero tu fugaz partida, una partida de un diamante con alas, que de rosa en rosa busca la parte más hermosa para cubrir su piel de fuego, su matiz de arcoíris vivo.
Y vienes junto al instante que me transformo en rocío, y llegas como un suspiro detenido en el aire, en el fluir de los cuerpos henchidos, de su extrema locura, de su culminar de amor y llanto, te enredas en la forma del agua royendo las arenas, y precedes la dicción de los pétalos y el descansar de las sabanas, el último abrazo de la comunión de los seres.
Y de nuevo en las rocas te romperás en pedazos, dejando tus trozos de cristal casi vivos, casi muertos de un bocado de abismo, de una erosionada playa despechada.

Domingo 29 de agosto del 2010.

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