domingo, 29 de agosto de 2010

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Madrugada de poesía, otra de tantas, sin sueño.
La muchedumbre del día se apaga en mi tierra,
esta tierra casi bosque recién poblado, y me adentro en estas horas de descanso para mi tan vanas, como un explorador asustado, pero valiente, saltando los obstáculos de la noche,
su soledad, su frío, sus garras negras y grises, que aprietan un mundo dormido y peligroso.
Esta quietud tan extraña, de los rosales, del limonero, sus hojas silentes apagadas, ah el viento duerme también esta noche, los pétalos caen de pronto, llenando de blanco la madrugada, haciéndola despertar por un momento, haciendo relucir sus brazos de metal,
como un alfiler cayendo al fondo de un poso vacío, y rebotando en los sonidos desprendidos del silencio.
Y de repente, llega un canto pronunciado por el agua, las gotas como invitado nocturno, se toman las últimas copas con el insomnio y se disfrazan de un aroma de tierra mojada,
bañando los pétalos y las hojas caídas que reviven un poco, esta resurrección sonora es igual a las tardes bulliciosas de la selva.

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